By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 11 de julio de 2015

Adelardo López de Ayala o el figurón político-literario 3

Excmo. Sr. Conde de San Luis
Capítulo III
Entrada en liza

Ayala  llegó a Madrid en otoño de 1849. Hacia la capital le habían  atraído, para lo literario, su amistad con el poeta García Gutiérrez, a quien conoció en Sevilla, y para lo político, su fraterno compañerismo de colegial con el que ya daba esperanzas de llegar a ser ilustre hombre público, Manuel Ortiz de Pinedo. Más solo con la ayuda de este último podía contar, pues el primero se hallaba ausente de Madrid.
Ortiz de Pinedo no pudo, de momento hacer más por Ayala que recomendarle para que obtuviese cobijo en la modesta casa de huéspedes de la calle del Desengaño, donde él mismo vivía, e introducirle en las reuniones del café del Príncipe, presentándole a los que serían sus grandes camaradas del porvenir Cristino Marcos y Antonio Cánovas del Castillo.
La vida de Ayala en Madrid con tal comienzo fue tan dura y tan sin orden como la de cuantos, con escasos medios y desconocidos de todos, vienen a buscar el oro y el laurel a la Capital de España. Durante muchos meses luchó sin tregua y sin fruto, aspirando desde el primer momento a darse a conocer y a conseguir ganancias en su drama Un hombre de Estado.  Visitó a Gil y Zárate y le dio a leer la obra, sufriendo amarga decepción, pues este le aconsejó que estudiase la carrera  y se dejase de literaturas. Pero Fernández Espinosa  que hubo de leer también la producción de Ayala, tuvo para el autor frases lisonjeras, que le animaron a perseverar en sus propósitos  de que Un hombre de Estado llegara a representarse.
Sin embargo, las empresas de los teatros no se apresuraban, ni con mucho, a admitir la obra al dramaturgo en cierne, del que no podían suponer que lograría ocupar el más elevado puesto dentro del régimen parlamentario. Pero si Ayala aun no tenía la fuerza que da el poder público, otros estaban en posesión de ella, y todo  podía arreglarse, empleando la influencia gubernamental de alguno de esos otros.
Fijó el autor de Un hombre de Estado su vista en el ministro de la Gobernación, y decidió, sin más, escribirle ¡pidiéndole que hiciese poner su drama en escena! Se ha conservado la curiosa carta en que tan extraordinaria solicitud hócese, y creemos conveniente, para enseñanza de dramaturgos inéditos, reproducirla:

"Excmo. Sr. Conde de San Luis: Sin duda extrañará V. E. que, antes de tener, el honor de conocerle, me haya tomado la libertad de molestarle; pero yo le suplico que perdone mi atrevimiento, al menos porque él demuestra lo mucho que de su bondad confío. Desanimado con lo que se dice de la lentitud con que en el Teatro Español se ponen las producciones nuevas, y siéndome imposible permanecer mucho tiempo en la Corte, resuelto me hallaba a volverme a uno de los últimos pueblos de Andalucía, de donde he venido para hacer ejecutar el adjunto drama, si las noticias que he tenido de la bondad de V. E. no hubieran reanimado mis esperanzas. Señor Conde: me presento a V. E. sin otra recomendación que la que pueda darme mi primer ensayo; ni tengo otras recomendaciones, ni haría uso de ellas aunque las tuviera. No le pido que lea mi drama, porque no le hago el agravio de juzgarle tan desocupado; pero toda obra nueva exige de derecho que se lean las primeras páginas, y eso es precisamente lo que exige la mía. Si por ellas halla V. E. que podía merecer su bondad, puede someterla al juicio de persona más desocupada, y si su fallo me fuese favorable, me atrevería a suplicarle que me conceda la gracia de ser ejecutado en el Teatro Español antes de enero; gracia para mí de inmenso valor; pero quizás pequeña si se compara con la noble generosidad que V. E. ha usado con todos los ingenios españoles. Quisiera ser muy breve, pero me parece arrogancia no suplicarle de nuevo que me perdone mi atrevimiento, atendiendo que, a pesar de ser el drama que le re-mil fundamento de todas mis esperanzas, me hallaba resuelto ya a retirarme sin ejecutarlo. En tan penosa situación se prescinde de todo, pues si es triste perder la esperanza cuando los años han ido disminuyendo los deseos, V. E., que aun no se encuentra lejos de mi edad, comprenderá cuán doloroso será perderla al comienzo de la juventud y cuando todos los deseos y en especial el de la gloria conservan toda su intensidad. Se ofrece de V. E. s. s., q. b. s. m., Adelardo Ayala.—Madrid, 1.0 de septiembre de 1850, calle? del Desengaño, núm. 19, cuarto 3 °"
Viene de antiguo, sin duda, el qué se pida a los ministros todo lo pedible y algunas cosas más. Sobre ello, aquel ministro de la Gobernación era amante del teatro y protector de los autores, en favor de los cuales hizo la reglamentación que comenzó a sacarles del dominio de los empresarios. Y así, al recibir la carta que le adjuntaba un drama, procedió como si se tratase de un expediente normal encauzado por la vía adecuada, pasándolo para su informe y resolución "a quien corresponde".
Teatro Español de Madrid 1848
El Conde de San Luis entregó la obra de Ayala a su secretario particular, Manuel Cañete, el cual acaso comenzó con este motivo la labor crítica en que había de hacerse popular, encargándole que leyese Un hombre de Estado, y viera si, realmente, era representable. Cañete encontró la obra admisible, y, llamando al joven autor, le indicó algunas modificaciones para el final del último acto; hechas por Ayala que fueron éstas, el ministro impuso que se representase en el Teatro Español.
El estreno verificóse el día 25 de enero de 1851, interpretando los célebres artistas Teodora Lamadrid y José Valero los dos papeles principales, y si su éxito no fue muy grande en el público, si la crítica juzgó la obra con bastante dureza, el autor obtuvo con ella la tranquilidad económica... en forma de un destinó en el ministerio de la Gobernación.
Los corifeos del Conde de San Luis, sabiendo que el ministro se había interesado porque se estrenase Un hombre de Estado, en su afán d, dar la razón al ministro, se la dieron a Ayala Contra los espectadores, que durante el estreno exteriorizaron reiteradas muestras de su disgusto,. y contra los juicios de los más importantes diarios de entonces: La Época, que decía "tiene el gran defecto de ser demasiado extensa y ganaría mucho si su autor la despojase de algunos accesorios inútiles", y El Clamor Público, que encontraba "una gran inexperiencia en el Arte; acción escasa y lenta y escenas que agotan la paciencia del auditorio", vieron en el drama algo plausible. Y alabaron que aquella glosa de la triste suerte del privado Rodrigo Calderón demostrase un liberalismo sin excesos. El autor así se incorporaba al partido moderado, por lo que como correligionario debiera tratársele. El ministro de los moderados perseveró, pues, en su protección a Ayala y le regaló una credencial de doce mil reales.
De este modo, a Ayala le fue abierto el palenque literario por el influjo ministerial, y el premio que en la justa poético-dramática consiguió no se lo dieron ni los ingresos de la taquilla teatral ni los elogios de las autoridades literarias, sino que obtuvo el oro del Presupuesto y el laurel del partidismo político.
Para conseguir la corona que ornamenta a los hijos de Apolo y el dinero de los derechos que cobran los autores tendría que esperar la oportunidad de distinguirse, luchando en el terreno donde dirimen su constante contienda el Poder y la Oposición.
Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX, Madrid, 1932 

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