By Joan Spínola -FOTORETOC-

By Joan Spínola -FOTORETOC-

Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 17 de octubre de 2015

Adelardo López de Ayala o el figurón político-literario 10

Refundidor refundido
Capítulo X

Hemos dicho que Prim preparaba una adaptación de la obra de Ayala y mejor pudimos decir que tenía hecho ya el tal arreglito. En refundir la Revolución de Septiembre se ocupaba el héroe de los Castillejos, al tiempo mismo que el refundidor de El alcalde de Zalamea escribía su magistral manifiesto. Y era que Prim debió de pensar que, si Ayala arreglaba a Calderón, no tendría derecho a quejarse de que adaptasen lo que salía de su pluma.
Las previsiones de Ayala habían fallado. Antes que Serrano y los demás generales desterrados en Canarias llegó a Cádiz el refugiado en Inglaterra. Y llegó en compañía de Sagasta, Ruiz Zorrilla y Paul Angulo, por si que llegara solo hubiera sido poco.
Prim, apenas llegado, sin pararse a tomar referencias ni a confirmar opiniones, abordó bravamente la fragata Zaragoza, barco insignia de la escuadra, que formaban con este navío los restantes, Tetuán, Villa de Madrid, Lealtad, Ferrol, Vulcano, Isabel II, Evetana, Santa Lucía, Concordia, Ligera, Santa María y Tornado. Y presentándose a Topete, a quien no conocía y del que no estaba seguro que fuera a pronunciarse, le instó para que hiciese tal y para que lo hiciera sin retrasar un instante más la sublevación de las tripulaciones, a la que seguirían las del ejército y del pueblo.
Topete puso bastantes reparos. Hizo constar que no quería servir a ningún partido político, avanzado y que lucharía únicamente por el restablecimiento de una verdadera Monarquía constitucional. Y añadió aún que el movimiento habría de hacerse para colocar a la Infanta Luisa. Fernanda en el trono y que tendría el mando de la revolución, como jefe absoluto, el Duque de la. Torre, quedándole todos los demás generales subordinados. Así, y nada más que así, pronunciaría él las fuerzas de su mando.
Prim no se desalentó por semejante acogida. Descontado tenía el que pudiera ser peor, ya que se había entregado plenamente, al subir a la Zaragoza sin garantías ningunas. Por de pronto se encontraba siendo el único general presente. Y pudo, pues, decir que en la revuelta militar ocuparía el puesto que le correspondira,  sin disputar a nadie el mando. Bien que insistiendo en que había de hacerse el movimiento al punto. Para ello alegaba que las autoridades de Cádiz y Sevilla podían enterarse de lo proyectado y hacerlo fracasar. Por esto, aseguró, esperar a los generales desterrados en Canarias era peligrosísimo.
Respecto a las otras cuestiones que planteaba Topete, las soslayó diciendo que, por consideración a la propia hermana de Isabel II, no debía hacerse la revolución en su nombre, reservando el proclamar la Monarquía constitucional y el elegir la persona que hubiese de ocupar el trono a las Cortes Constituyentes que se convocarían.
El bueno de Topete creyó entender, de lo que Prim decía, tenerle sujeto a sus planes. E impaciente por la tardanza del barco en que Ayala partió, temiendo que éste hubiese sido detenido en Canarias, entregó a Prim, con carácter interino, el mando del movimiento. Formó la escuadra en orden de combate frente al puerto, y convocó en la Zaragoza a los jefes de barco Malcampo, Barcáiztegui, Arias, Guerra, Uriarte, Montojo, Pardo, Pilón, Vial, Pastor y Landero y Oreiro para que Prim los arengase. Prim lo hizo en la forma que le convenía. Se vitoreó a la Libertad y con veintiún cañonazos de la fragata almirante fué anunciado el destronamiento de Isabel II.
Esto ocurría el 18 de septiembre. Al día siguiente desembarcó Prim con Topete en Cádiz, y sin que el almirante entendiese lo que ello significaba, el general sublevó al pueblo en nombre de la Soberanía Nacional. Los derechos al trono de la esposa de Montpensier quedaban desconocidos.
Aquella misma tarde llegó al puerto gaditano el Buenaventura con Ayala y los generales que éste fué a buscar para que las cosas salieran a su gusto. Prim y el Duque de la Torre conferenciaron, entregando el primero el mando al segundo, aunque con la condición de que se sostuviera lo realizado. En realidad, Serrano no podía hacer más que eso, y eso hizo, reconociendo que su substituto procedió como él hubiera procedido.
Ayala acudió a Topete, haciéndole ver que aquello no era lo que se había proyectado. Y aunque Topete se apresuró a manifestar ante Prim y Serrano sus compromisos con el Duque de Montpensier, no obtuvo otra respuesta que la ambigua de que lo primero era vencer y después ocupar las posiciones que se conquistasen. El plan de Ayala de que la revolución se hiciese en nombre de la Infanta Luisa Fernanda estaba fracasado.
¿Podría luego ponerse a ésta en el trono? Nadie había dicho aún que no. Si acaso Paul Angulo, que deseaba solamente la República… Pero a los republicanos nos les hacía entonces caso ni Ayala. Con todo, malo era ya para los deseos de éste no haber comenzado como él quería y sí como quería Prim. La puerta se había abierto para dar entrada a los deseos del caudillo demócrata, enemigo de los Borbones.
Sin embargo, aunque Topete y Prim, es decir, Prim solo, pues Topete, el pobre, no hacía sino dejarse llevar, habían dirigido aquella mañana una alocución al pueblo de Cádiz, se convino en que lo que se publicaría sería el manifiesto escrito por Ayala.
Prim lo leyó, y consideró, indudablemente, que se prestaba a todas las interpretaciones que se le quisieran dar. Por lo que puso su firma, dispuesto a seguir arreglándolo a golpes de espada.
En seguida, para no continuar bajo el mando de Serrano, partió a Cataluña, donde sin subordinarse a nadie extendería la revuelta. Y Ayala, pegado a los talones del Duque de la Torre, se encaminó hacia Sevilla para llevar la revolución hasta Madrid.
Esperaba aún influir sobre el jefe nominal para que triunfase su proyecto primitivo. No se daba cuenta que el alma de la Revolución era Prim y por ello quien la dirigía verdaderamente. Todavía pensaba en comediógrafo, atento al argumento que trazó.
No quería recordar que hubo un alguacil alguacilado, aun cuando sus conocimientos literarios debieron hacérselo presente. Cegado por sus ansias políticas, no veía que se encontraba en situación análoga: que era un refundidor refundido.

Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX
Madrid, 1932 


No hay comentarios:

Publicar un comentario