By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 7 de octubre de 2015

La siembra y la cosecha

Polvo y viento entre las jaras

Cuando el caminante regresa de las tierras, de las casas y las cosas de Guadalcanal, lleva en su memoria un recuerdo bonito.
Al doblar la Cruz del Puerto, mira tal vez hacia atrás, y allí al fondo, está Guadalcanal, derramando en el hueco que forman dos sierras, como una mancha de cal que reverbera al sol de la mañana.
Al fondo, la Iglesia de Santa María ¿hay nombre más hermoso en el mundo?, su asimétrica fachada y su torre gris, perdida en la neblina tempranera. Y el borrón verde y fresco de la enorme masa de los arboles del Palacio. Delante Santa Ana, un templo sin piropos, rompeolas de los vientos, con el pueblo entero a sus pies.
Si, Guadalcanal se nos queda en el recuerdo. Ningún otro pueblo de la sierra andaluza está puesto en un sitio tan bonito, ni tiene sus calles, ni su limpieza relumbrona, ni su aire, ni su gracia serena en cada rincón de sombras.

Tiene vida. A la vuelta de sus años, tiene afanes de ser y se crean en él, mal que bien —como hacemos las cosas los hombres— sus grupos y su cooperativa olivareras, sus fábricas, sus escuelas, su piscina. ¿Quien dijo que Guadalcanal se nos va de entre los dedos, como se va el agua clara?  ¿Por qué? ¿Que no tienen porvenir los pueblos de la Sierra? La marcha de tantas familias, ¿no puede entonces detenerse?. Cierto que no se puede luchar contra corriente. ¡Pero aún podemos hacer tantas cosas si queremos!

Bastaría aceptar nuestra responsabilidad común de buen ciudadano. Porque cada pueblo, cada ciudad, es lo que sus hombres quieren que sea. Y aquello de “amaos los unos a los otros”, el viejo mandato evangélico, quiérase o no, aun sigue siendo un mandato en vigor. El canto legendario de los Ángeles en Belén, "Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” puede oírlo cualquiera que sepa escuchar dentro de sí, como si el eco de aquellas votes azules, retumbase en el valle, entre las montañas de las sierras, como un grito de amor en esas mañanas de cristal, cuando el pueblo se despereza y los caminos regados por la escarcha, tintinean al paso cansino de los animales de labor.

Entonces, ¿es tan difícil la buena voluntad, amarnos un poco?, ¿Tan poca cosa somos, tan poco valemos que hemos convertido en enemigo a nuestro propio compañero?

Guadalcanal conoció épocas florecientes, por encima de los movimientos migratorios y de las circunstancias, hace ya muchos años, y muchas generaciones, que Guadalcanal sigue allí, aferrada a las tierras agrestes de su paisaje. Millones de pies, a través de los siglos, hicieron sus caminos transitables. Y al alborear de cada día, se abren a la vida, las flores de las cequias, las mieses de los campos, y los ojos de su gente. ¿Desaparecerán alguna vez? ¿Dejará de haber hombres y mujeres en Guadalcanal?
Tal  vez, cuando el viajero que atraviesa la serranía, arribe un atardecer, a los cerros más altos de la Sierra del Agua, allí al fondo solo queden ruinas y sea el viento su único compañero rebotando entre las penas.
Tal vez unas pocas piedras carcomidas serán lo que quede de La Iglesia de Santa Ana; y al fondo (donde tantas risas de niños hay todavía en las alegres tardes del verano), unos troncos secos, enhiestos, milenarios, recuerden el antiguo emplazamiento del Palacio.
Nosotros no lo veremos así, pero entonces, Guadalcanal solo será eso: polvo y viento entre las jaras. Será la señal de que solo polvo y viento hemos sembrado. 
PLACIDO DE LA HERA
Revista de Feria 1973

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