By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 10 de octubre de 2015

Inicio, auge y decadencia de las minas de Guadalcanal 74

El abastecimiento a la mina 2

Caxa de Leruela, clarividente en su apreciación de lo abusivo y dañino de tantas roturaciones a costa de las masas forestales, afirmaba:
 “que por ocurrir a las necesidades presentes y empeños en que se hallan lo señores dellas (de las tierras) las ronpen (...), los tres o cuatro primeros año son de provecho y en muchos años después no lo son, ni para pasto ni par labor, porque se estragan y quedan (...) descoradas o desolladas y las que reciben irreparable daño son las de montes y encinares, porque desmochan los árboles para que el sol entre a los sembrados, para hacerles carbón y purificar la tierra”.
G. Bowles recogía atónito dos opiniones muy comunes entre los campesinos hispanos de su tiempo: que la sombra de los árboles, aunque hace crecer las mieses con mucha lozanía, no las deja granar y valiendo más el grano que la paja, no debe haber árboles en los campos que hagan sombra —opinión que conecta con la recogida por Caxa— y que los árboles solo sirven para multiplicar los pájaros, que comen el grano y arrasan la ganancia de los labradores. 125
La conciencia por parte de los poderes públicos de la regresión del bosque y de su casi irreversibilidad hizo que la reglamentación, uno de los más evidentes índices de la progresiva escasez de cualquier bien, fuera tan temprana como poco eficaz. Reglas para defensa de los montes aparecen ya en el fuero de Soria y son sucesivamente promulgadas por Alfonso X, Pedro I, los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II. Ninguna comprobación mejor de su efectividad que reproducir la voz de alarma de una provisión real expedida por el segundo Felipe en 1567:
“los montes antiguos están desmontados i talados i arrancados i sacados de cuajo i de nuevo son muy pocos los que se han plantado. La tierra en la mayor parte destos reinos está yerma i rasa i sin árboles ningunos, que la leña y maderas ha venido a faltar, de manera que ya en muchas partes no se puede vivir”.
Junto a las noticias documentales, la constante elevación de los precios de la madera por encima de los índices del conjunto de mercancías en Andalucía y Castilla la Nueva tal como son recogidas por Hamilton, suponen también una escasez indicadora de desforestación 126
Pero, para entender totalmente los problemas a los que se enfrenta la mina de Guadalcanal y cualquier mina, actividades que son siempre grandes consumidoras de madera, es preciso comprender un mecanismo muy arraigado en la sociedad de la época. Si bien las colectividades agrarias —y en el siglo XVI lo eran la inmensa mayoría— son predadores de sus propios recursos forestales, suelen ser en igual grado sus celosas defensoras frente a las predicaciones ajenas.
Ya hemos indicado arriba que la mina precisaba madera, tanto en entibación y construcción como para convertirla en energía. Ambos usos demandaban dos clases de madera diferentes. Para la factura de ingenios se utilizaba la madera de encina —ya vimos que construir un ingenio de desagüe se utilizaron en 1569, 23 encinas—. La misma materna se empleaba también en la entibación en lugar de la madera de álamo habitual empleada por los mineros alemanes, quienes aquí comienzan utilizando roble para ese menester, pero pronto comprueban que se pudre con mayor facilidad. Hemos hallado cálculo hecho en 1576 de la cantidad de madera de encina que se había enterrado en los pozos entre 1555 y 1576: 25.000 carretadas. Dado que el peso de la carretada equivalía muy a grosso modo, a unas 40 arrobas, del cálculo de los oficiales puede deducirse un consumo de la increíble cifra de 11.000 toneladas métricas de madera. Aunque a primera pueda parecer exagerado, hay que tener en cuenta que se trataba de varios kilómetros de pozo y galería totalmente forrados de madera de encina y que sólo en 1557 se habían comprado a la villa de Guadalcanal —que ya veremos que no era la única fuente suministradora, ni siquiera la más importante— 7.509 carretadas de madera de la dehesa sus propios.
Pero no menos espectacular era el consumo de leña que se efectuaba en las fundiciones transformadas en carbón vegetal. En este caso, las especies arbóreas empleadas eran diferentes. En un principio se empleó encina, pero la necesidad de reservar esta madera de mejor calidad para construcciones y entibaciones, llevó a emplear otra materia prima cedente del monte bajo, con un poder calorífico menor, pero también de más bajo precio; se emplearon entonces, junto con algo de carbón de encina, carbones derivados brezos, carrascos y madroños. De todas maneras, la riqueza forestal de la Sierra Morena centro occidental era un auténtico lujo en el uso de materia prima carbonera frente a la que estaba a disposición de los mineros de Vera —hoy Almería—, cuyo ecosistema sólo .permitía hacer carbón con lentiscos, acebuches, coscojas, madroñales, jarales, romeros y atochas.
El cálculo del consumo de carbón es relativamente fácil de hacer. Una información de 1560 calculaba un gasto de 100 arrobas de carbón por cada tres fundiciones. Puesto que tenemos datos de las efectuadas a lo largo de los años de explotación, la deducción es sencilla; puede calcularse, sólo para fundiciones, un consumo de carbón entre 1556 y 1576, ambos inclusive de —insistamos siempre, muy grosso modo— 231.300 arrobas de carbón, cifra que pudimos refrendar con la procedente de otros cálculos mucho más aplicados. Esta cantidad, equivalente a 2.544.300 kg., procedió de aproximadamente 721 toneladas métricas de madera. A esta cantidad habría que unirle el consumo en raciones, que nos es desconocido, pero del que tenemos datos de que era también muy importante; en 1556 se compraron en la dehesa de Fuente del Arco 750 encinas para combustible de afinación.
El abastecimiento de madera para construcción y entibación se realizó en un principio los montes de propios de Guadalcanal, pero el pronto arrasamiento de sus existencias, las protestas airadas de su Concejo, desvían el lugar principal de provisión al que entonces parece que debía ser la más importante masa forestal de la Sierra Morena sevillana, denominado “robledo de Constantina”, en término de ésta última villa y de sus propios
“que es muy grande y de mucha madera y que aunque se saque del lo que sea menester para las minas, no hará falta a las cosas para que está reputado”;
las cosas “para que está reputado”, es decir, los aprovechamientos principales a que estaba asignado, eran, además del carboneo y la saca de los propios vecinos, que según informaciones vivían en una buena parte de ello, al reparo de los puentes, las ataraza, los alcázares y las fortificaciones de la ciudad de Sevilla. Las cédulas reales a la administración de la mina por las que la autorizan para que usen de ese monte, ponen acento siempre en instar a que se pague al concejo la madera extraída y que se que el monte no sufra daños a causa de abusos:
“debéis mirar que no se traya más de lo que fuese nescesario, porque conservar el monte lo más que ser pueda”.
A pesar de ello, la competencia en que entra la administración minera con ambos usuaríos anteriores, los concejos de Sevilla y Constantina, levanta sus inmediatas protestas basadas en razones conservacionistas, a pesar de que el cuidado que manifestaba para su conservación parecía bastante deficiente. En 1556, escribía Mendoza a la Princesa Gobernadora:
“de la çédula real sobre lo de la madera, he husado hasta agora lo más blandamente que he podido y han dado quebraderos de cabeça, así los de Constantina como los de Caçalla, pero todavía habré de venir a rigor en lo que más será  menester, porque se les haze muy mal de darla y se que ellos y el cabido de  Seuilla han de suplicar de la çédula (de autorización real)”.
Efectivamente, pronto el concejo de Sevilla expedía orden al de Constantina para que no dejaran cortar leña, lo que obliga a la Corte a enviar nueva cédula desautorizando al concejo hispalense. No eran sin embargo muy cuidadosos los usuarios habituales con el  monte que tan celosamente querían guardar del aprovechamiento por la administración minera:
“en el dicho robledo hay tanta desorden en el sacar de la dicha madera, ansí para Sevilla, donde es muy ordinario llevar cada un año una muy gran suma de carretadas, como para el dicho lugar (de Constantina) y para otras parte se lleva hurtadas unas vezes y otras vendidas y lo que peor es, suele haber de hordinario quemas en el dicho robledo que lo destruyen y abrasan y últimamente hubo este verano uno que destruyó la mayor parte del, de donde podrá venir a perecer y faltar la dicha madera, que sería grandísimo ynconbiniente yrremediable a esta mina y a otras algunas que en esta sierra se podrían halla”
El transporte de la madera desde el robledo de Constantina, desde el monte de Guadalcanal e incluso desde los montes de Azuaga y Aracena, a los que también se recurría con frecuencia, se aseguraba con una especie de continua cadena confiada a 20 carretas y 63 bueyes, al cuidado de un maestro carretero y diez criados. Pero estos medio de transporte de la plantilla fija de la mina no eran suficientes y se hacía imprescindible recurrir continuamente a los carreteros de Constantina, donde había más de 200, que vivían hasta entonces fundamentalmente de la corta y acarreo de leña a Sevilla.
El carbón llegaba a la mina mediante una multitud de contratos con pequeños carboneros de una amplia zona que llegaban a diario hasta la mina llevando el producto elavarado desde Fuenteovejuna, Constantina, Cazalla, Alanís, San Nicolás del Puerto, El Pedroso, Azuaga, La Granja, Fuente el Arco y los pueblos de la Sierra de Aracena. La fabricación de carbón para Guadalcanal, según los informes, constituía un importante medio de subsistencia para un amplio colectivo de habitantes de aquellos pueblos serranos de agricultura muy pobre, para los que el carboneo era una actividad tradicional abastecedores de la gran metrópoli sevillana, pero a los que la aparición de la demanda minera les lleva a dedicar una parte mucho más importante del tiempo de la actividad a la transformación de madera de carbón. Precisamente esta demanda lleva al inicio la transformación en esta actividad que hasta entonces seguía las pautas más tradicionales la aparición de los obligados, personas que contrataban con la mina el abastecimiento de partidas del producto puestas en la mina que a su vez adquirían in situ a los pequeños productores, fueran aquellos obligados productores o no. La transformación era importante  porque apuntaba a la aparición de la intermediación entre productores y el gran consumidor. La parte .más importante del consumo carbonífero provenía de Fuenteovejuna donde la administración minera había destacado un representante asalariado que se encargaba de adquirir allí a precio más bajo el carbón de los pequeños productores.
Frente a la demanda de plomo, el consumo de madera era un problema con dos caras. Si una parte ejerce un beneficioso efecto multiplicador desde un punto de vista económico, ya hemos visto cómo proporciona ingresos a un elevado número de personas de los pueblos serranos, por otro lado, el efecto ecológico fue muy grave, no en balde la metalurgia fue la actividad más nociva para la riqueza forestal en los comienzos de la Edad Moderna, hasta la progresiva aplicación del carbón mineral a las fundiciones. En 1557, el  fiscal Venero, visitador de las minas, escribía a la Corte:
“en las dichas minas (de Guadalcanal), Su Magestad ha hecho grandes gastos (...) y ha quemado innumerables montes en benefiçiallas”.

125 CAXA DE LERUELA: Restauración de la abundancia en España, introducción, p. 30. BOWLES, C Op. cit., p. 541.
126 Sobre el problema general de la madera y el de la madera en España, cfr. ALCALÁ ZAMORA, «Producción de hierro y altos hornos...», p. 186. Mismo autor: España, Flandes..., p. 201; ARM Y VIL FAÑE, J.: Quilatador..., p. 9. BILBAO, L. M.; FERNÁNDEZ PINEDO, E.: «La siderometalúrgia...», p. 1 CIPOLLA, C. M.: “Sources d'energie et histoire...”, Historia Económica de la Población Mundial; Historía Económica de Europa, Vol. II. COLMEIRO, M., Op. cit. dedica amplio espacio a la madera en España Vol. I, p. 335 y 701-709. GONZÁLEZ VÁZQUEZ, E.: “La riqueza forestal española y la ingeniería forestal” HAMILTON, E. J., Op. cit., p. 239. VÁZQUEZ DE PRADA, V.: «Historia Económica y...», Vol. III, p. 4 NEF, J. U.: La Conquista del mundo material.


De Minería, Metalúrgica y Comercio de Metales
Julio Sánchez Gómez
 

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