By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 11 de junio de 2016

Adelardo López de Ayala o el figurón político-literario 27


Tumba de López de Ayala en Madrid
Capítulo XXVII 

Apoteosis final

En el mismo día del fallecimiento de Ayala decretó el Rey que se tributasen al cadáver los más grandes honores, y así, tras de embalsamársele, aquella noche fué trasladado al Palacio del Congreso, cuyo salón de conferencias habíase convertido en capilla ardiente.
Fuerzas de la Guardia civil y del Ejército permanecieron custodiando el túmulo. Y desde el amanecer hasta las doce del día siguiente dijéronse misas por el sufragio del alma en altares levantados en cada uno de los cuatro ángulos del salón. A estas misas asistieron los personajes más ilustres de la política, la literatura y el arte, haciéndolo a una de ellas Sus Majestades.
Luego se permitió la entrada al público por el vestíbulo, dándose salida por la calle de Floridablanca, después que desfilaba ante el féretro donde Ayala yacía vestido de frac y con la medalla de la Academia de la Lengua sobre el pecho.
El entierro verificóse el día 2 de enero de 1880 como el de un capitán general muerto en campaña. En todo el trayecto, desde el Congreso hasta la Cuesta de la Vega, formaron las tropas de la guarnición.
Formase el cortejo fúnebre del modo siguiente:
Una batería de artillería. Doce compañías de distintos Cuerpos del Ejército. Clero parroquial.
Carroza tirada por seis caballos enlutados. Del féretro que en ella iba llevaban las cintas los ex presidentes de las Cámaras señores Posada Herrera, Castelar, Martos, Marqués de Cabra, Sagasta y D. Fernando Álvarez, a más de los académicos Núñez de Arce y Tamayo. Ocho soldados con fusiles a la funerala y los porteros del Congreso y del Senado franqueaban el carruaje.
Guardia de honor y materos del Congreso.
Presidencia del duelo, que formaban, en representación del Rey, el Duque de Sexto, la familia del difunto, la Mesa del Congreso y el Gobierno en pleno.
Un regimiento de caballería, como escolta. Coche de la real casa.
Coche de gala de la Presidencia del Congreso.
Coche particular del finado.
Seis coches de gala del Congreso.
Coches de los invitados.
El fúnebre cortejo se dirigió por la calle del Prado al Teatro Español. Frente al coliseo, bajo los balcones enlutados, desde donde las actrices de la compañía echaron flores sobre el carro fúnebre, esperaban para unirse a la comitiva poetas, escritores y cómicos célebres en apiñado .grupo. Allí estaban Valera, García Gutiérrez, Grilo, Herranz, Bustillo, Coello, Velarde, Frontaura, Marcos Zapata, Calvo, Vito, .Mariano Fernández...
Y en, la acera opuesta aguardaba el féretro que conducía los restos del adaptador del alcalde de Zalamea otra comitiva oficial. Era el Ayuntamiento de Madrid en corporación, con su presidente el Marqués de Torneros a la cabeza, rodeando un monumento cubierto todavía por una cortina. ¡La estatua de Calderón de la Barca que iba a descubrirse haciendo coincidir esta ceremonia con el entierro de Ayala! Ya se había dicho, como supimos con la natural sorpresa, que Calderón resucitó al estrenar Avala, y ahora se inauguraba el monumento a Calderón, ¡cuando a Ayala se daba sepultura! Con esto se pretendió dejar unidos en la inmortalidad al autor de La vida es sueño y al de Un hombre de Estado.
Pero prosigamos, que el entierro prosiguió. Continuó su camino por la calle del Príncipe, Carrera de San Jerónimo, Puerta del Sol y calle Mayor, hasta llegar delante de la redacción de La Correspondencia de España. Allí se detuvo nuevamente la funeraria carroza para que el director del entonces más importante diario, Luis María de Santa Ana, depositase sobre la caja una corona más. La Prensa dedicaba un homenaje al difunto, como antes lo\hicieron los artistas y los poetas, los políticos y los literatos, el Ayuntamiento y el Gobierno.
Otro alto hizo aún el coche que conducía los restos de Ayala. Fué, éste en la Cuesta de la Vega, para el desfile de las tropas. Pasaban los regimientos, se inclinaban las banderas, sonaron las descargas de ordenanza...
Pero aun cuando ya sólo siguieron el cadáver hasta el cementerio de San Justo, donde recibió sepultura a la obscura hora del  crepúsculo, la familia y los amigos particulares, todavía no cesaron los oficiales honores.
El 10 de enero, primer  día de sesión en el Congreso después de las vacaciones de Navidad, fué dedicada toda ella, a honrar a Ayala, y aun con una prolongación de setenta y dos horas, ya que se acordó finalmente estuviesen tres días suspendidas las sesiones en señal de duelo.
Se leyó una comunicación del hermano del difunto dando cuenta de la desgracia, é inmediatamente habló Moreno Nieto, que como vicepresidente primero ocupaba la presidencia. Tras de éste hizo uso de la palabra, por el estado  llano, de la Cámara, el diputado señor Cisneros,  terminó, hablando por el Gobierno, Cánovas del Castillo.
Y los discursos de estos tres oradores constituyeron un match, disputándose el campeonato del homenajeamiento, tan reñido que no sabemos a cuál otorgar la palma de la victoria.
Según Moreno Nieto, Ayala había sido "una de esos genios que ilustran y ennoblecen las naciones". Y al elogiarle, llegó hasta hacerlo por su físico, diciendo: "Su grande alma, dotada de valerosos alientos, reflejábase en aquel bustos soberbio, lleno de varonil expresión y de sin igual majestad." No olvidaba la actuación literaria del difunto presidente, pues que consignaba:"Su potente espíritu hizo revivir en escena las grandes creaciones de Rojas y Alarcón, de Lope de Vega y de Calderón de la Barca." Pero, daba aún mayor realce al Ayala político, del que, como no podía humanamente decir que fue nada grande en el presente, decía que lo hubiese sido en el pasado: "Nacido en otros tiempos, su carácter, tan propio para nobilísimos empeños; su valor, que rayaba en el heroísmo; su grande y magnánimo corazón, habrían hecho de Ayala una de esas figuras que descansan en elevado pedestal." Terminando con más piropos, de esos que hacen ruborizarse: "Pronto le elevasteis a la presidencia. ¡Y qué bien ocupaba este puesto! Aquella figura escultural..." En fin, que asusta seguir copiando.
Al señor Cisneros le dio llorona. Empezó, elegíacamente: "Increíble parece que, bajo estas mismas bóvedas, donde todavía vibra, y palpita la gran palabra de nuestro último presidente, se haya podido, decir: Avala ha muerto: ¡Qué pérdida, señores diputados, para la patria!. Luto llevan las letras españolas, luto los hombres políticos, luto sus numerosos amigos, luto esa tribuna.,.." Reaccionó luego un poco para cintas las glorias escénicas y oratorias del finado, diciendo que "no parecía sino qué se había apoderado del cincel de Fidias y que con él tallaba en mármol sus dramas y sus discursos". Y hasta encontrando qué la comparación con el escultor de la Grecia antigua resultaba escasa, quiso parangonar a Ayala con un héroe nacional y le llamó "Cid de la inteligencia". Pero pronto le ganó el dolor de nuevo, sin que le consolase de la pérdida de Ayala pensar que "sus obras le aseguran la inmortalidad". "Hoy es día de llorar sobre su tumba", terminó desolado.
Cánovas del Castillo no habló largamente, pero suplió la extensión con la intensidad. Y en su breve peroración encontró la frase justa, exacta, precisa. Esa frase de concisa elocuencia que reseña una situación, que pinta a un hombre. Tras de hacer constar que el Gobierno se asociaba a aquel duelo, y que él, su jefe, sentía la muerte del amigo, señaló el vacío que tal de función dejara: "López de Ayala hará falta en el porvenir al país, la hará a las letras españolas como la hará a la política española; pero aun mas  que por todo eso, desde este instante mismo esa falta la estamos sintiendo: para una muerte como la suya, no había más voz que la suya capaz de dirigirnos la palabra." ¡Magnífico hallazgo! Pues en verdad que nadie había sacado tanto partido de aquella muerte como el mismo que tanto partido sacó de su propia vida.
Aun cuando poco o nada se podría añadir a tan magníficas honras fúnebres. Constituyeran una verdadera, apoteosis, como con las que sé deificaba a los héroes antiguos o como con las que se terminan las revistas teatrales modernas. Ayala, pese a su insaciable afán de figurar, debió de sentirse satisfecho de ese fin esplendoroso.

Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX
Madrid, 1932

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