By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 25 de junio de 2016

Adelardo López de Ayala o el figurón político-literario y 28

Capítulo XXVIII último

Y después…

Decía Enrique Heine del autor de Hugonotes y La Africana: "La inmortalidad de Meyerbeer durará dos o tres años después de su muerte." Y si el agudo satírico casi acertó, quien le parodiase, aplicando la frase mordaz a Ayala, habría acertado sin casi. No fueron, ciertamente, inmarcesibles lauros las hojas de las coronas llevadas al entierro reseñado en el capítulo anterior.
No lo fueron, no. Flores de pétalos livianos que el viento pronto arranca; hojarasca que el sol reseca y en polvo se convierte. 0 mejor, ratos artificiales de trapo y papel que la lluvia destiñe, arruga, pudre. Así fueron, sin duda, las coronas depositadas sobre la tumba de Ayala.
Y también fueron así los elogios que se le dedicaron con motivo de su muerte.
Corta resonancia tuvieron y no tuvieron eco ninguno. Apenas si muerto y sepultado aquel hombre, que con su fama literaria y política llenaba la nación, volvió a hablarse de él. Tal cual voz por compromiso obligado. Al tomar posesión sus sucesores del sillón presidencial del Congreso y del puesto en la Academia de la Lengua. Alguna otra a esfuerzos de la amistad y el compadrazgo. Como cuando Cañete, Tamayo y Catalina coleccionaron sus obras o Cánovas en el prólogo de la serie "Autores dramáticos contemporáneos" le recordó. Luego, ni una palabra, nunca jamás.
Si acaso algún viejo parlamentario dice aún que el discurso de Ayala a la muerte de la Reina Mercedes fué magnífico. Y con ello se logra que el parlamentario novel, si lo busca en los tomos atrasados del Diario de Sesiones, se llene de polvo y de desilusión. También algún espíritu revolucionario, lanzado a examinar el origen de la "Gloriosa", lee el manifiesto de Cádiz. Extrañado ese investigador de que los generales que lo firman fuesen tan cursis, sigue investigando, halla que lo escribió Ayala y se ríe de él.
Eso en política, que en literatura... No se han vuelto á representar las obras de Ayala. Y más ha valido así, pues caso de representarse padecería la integridad del local de espectáculos en que tan arriesgado experimento se realizara. Sólo se representa de Ayala hoy la adaptación de El alcalde de Zalamea, y esto, no porque en Ayala resucitase Calderón, sino porque Calderón no puede morir ni acometido por Ayala. La inmortalidad del creador de Pedro Crespo sí que es verdadera.
Pero no mezclemos más al figurón con la figura. Dejemos a Calderón en su estatua de la plaza de Santa Ana, asombrado de que lo primero que vio fué el paso del entierro de Ayala. Y dejemos a Ayala en su olvidada sepultura de la Sacramental de San Justo. Pero no sin remarcar la lección que aquí se encierra. Quedan las figuras perpetuadas en bronce y mármol y más perpetuadas aún en la memoria de las generaciones, mientras los figurones pasan hacia el olvido. ¡Como debe ser! Pues sería demasiado que, además, quedase su recuerdo.
No; a Ayala únicamente hay que recordarle por su habilidad para simultanear dos actuaciones, apoyándose en una como escala de la otra, y viceversa, y por su desaprensión, que le llevara a medrar en todos los regímenes. Así es el modo de que merece ser recordado y así se le recuerda en esta biografía para hacer ver el antecedente de nuestros presentes "duplicados" y "enchufistas", a los que se pudiera creer de generación espontánea.
Y no hay tal. Ayala es su padre. Como hijos, y aun como hijos que han heredado, deben respetarle. Los otros solamente debemos burlarnos de él y de ellos visto está lo que ha restado del uno y cabe verse lo que restará de los otros.
Pulvis, cinis, nihil. ¡No faltaba más!

Fin

Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX

Madrid, 1932

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