BEBEAGUA.-Especie nativa de Guadalcanal, que habita en todo el territorio español.
Aquel año 62 no fue bueno, hacía meses que pasaba por su cabeza la idea de huir hacia adelante, cuando llegó el verano vinieron al pueblo familiares y amigos que ya habían dado el “paso”, habían emigrado haca cualquier ciudad hostil y extraña en busca de trabajo.
Aquel Hombre cuando llegó la feria vendió la burra y algunos enseres del campo y el tercer dia, llenó su maleta de cartón y madera con alguna ropa y muchas ilusiones, en su bolsillo 1.000 Ptas. y cogiendo el primer tren empezó su “huida”.
Llegó a la gran ciudad, le esperaba un trabajo de peón, jornada de 16 a 18 horas diarias de lunes a sábado y alguna chapuza los domingos.
Aquel Febrero del 63, fue frío, muy frío, las familias estaban terminando la recogida de la aceituna y los niños que aun no tenían edad para ayudar, estaban en la escuela.
Aquel niño con tan solo 9 años, no entendía lo que estaba pasando, fue por última vez a la escuela de la calle Camacho, se despidió de su maestro D. Francisco Oliva Calderón y de sus compañeros, no hubo fiesta de despedida, por aquella época todos los meses se repetía esta historia.
Aquella mujer terminó el “destajo” de la aceituna, cogió a su hijo, nuevamente un destartalado tren, un vagón de tercera sin separaciones de compartimentos, asientos de madera y veinte horas de frío, olor a carbonilla y humanidad, y ante sus ojos la gran ciudad, con sus edificios altos, humos, ruidos y el sentimiento en sus mentes de estar fuera de sus mundos.
Aquella familia, después de siete meses se volvió a unir, pero aquel niño, seguía sin entender nada, ya no vivían en una casa grande con corral de un pueblo pequeño, ahora vivían en una pequeña habitación con derecho a cocina para toda la familia de una gran ciudad, sin su escuela, el Palacio, el Coso, sin sus amigos de Santana, sus lúrias con los del Pilarito...
Así podía empezar cualquier historia de los libros “LA JUNGLA” de Juan Madrid, “TIEMPOS DIFICILES” de Concha G.Campoy, pero esta historia no es ficción, es mi historia, la de mi familia y la de muchas otras familias que un día dejamos Guadalcanal para vivir en un mundo mejor, pero ¿Cuántos lo hemos conseguido?, ¿Cuántos hemos conseguido ahogar nuestra desilusión en las lagrimas de la añoranza?, El Puerto es testigo mudo de nuestras lágrimas, las que después de cada Feria, Semana Santa o Romería, dejamos los “bebeaguas” cada año, cuando partimos nuevamente, cuando “huimos” hacia delante.
Esto es parte de nuestras pequeñas historias, vivencias que no debemos olvidar, porque…
BORRAR EL PASADO, ES MORIR LENTAMENTE.
Rafael Candelario Repisa
Revista de Feria 1994
Aquel año 62 no fue bueno, hacía meses que pasaba por su cabeza la idea de huir hacia adelante, cuando llegó el verano vinieron al pueblo familiares y amigos que ya habían dado el “paso”, habían emigrado haca cualquier ciudad hostil y extraña en busca de trabajo.
Aquel Hombre cuando llegó la feria vendió la burra y algunos enseres del campo y el tercer dia, llenó su maleta de cartón y madera con alguna ropa y muchas ilusiones, en su bolsillo 1.000 Ptas. y cogiendo el primer tren empezó su “huida”.
Llegó a la gran ciudad, le esperaba un trabajo de peón, jornada de 16 a 18 horas diarias de lunes a sábado y alguna chapuza los domingos.
Aquel Febrero del 63, fue frío, muy frío, las familias estaban terminando la recogida de la aceituna y los niños que aun no tenían edad para ayudar, estaban en la escuela.
Aquel niño con tan solo 9 años, no entendía lo que estaba pasando, fue por última vez a la escuela de la calle Camacho, se despidió de su maestro D. Francisco Oliva Calderón y de sus compañeros, no hubo fiesta de despedida, por aquella época todos los meses se repetía esta historia.
Aquella mujer terminó el “destajo” de la aceituna, cogió a su hijo, nuevamente un destartalado tren, un vagón de tercera sin separaciones de compartimentos, asientos de madera y veinte horas de frío, olor a carbonilla y humanidad, y ante sus ojos la gran ciudad, con sus edificios altos, humos, ruidos y el sentimiento en sus mentes de estar fuera de sus mundos.
Aquella familia, después de siete meses se volvió a unir, pero aquel niño, seguía sin entender nada, ya no vivían en una casa grande con corral de un pueblo pequeño, ahora vivían en una pequeña habitación con derecho a cocina para toda la familia de una gran ciudad, sin su escuela, el Palacio, el Coso, sin sus amigos de Santana, sus lúrias con los del Pilarito...
Así podía empezar cualquier historia de los libros “LA JUNGLA” de Juan Madrid, “TIEMPOS DIFICILES” de Concha G.Campoy, pero esta historia no es ficción, es mi historia, la de mi familia y la de muchas otras familias que un día dejamos Guadalcanal para vivir en un mundo mejor, pero ¿Cuántos lo hemos conseguido?, ¿Cuántos hemos conseguido ahogar nuestra desilusión en las lagrimas de la añoranza?, El Puerto es testigo mudo de nuestras lágrimas, las que después de cada Feria, Semana Santa o Romería, dejamos los “bebeaguas” cada año, cuando partimos nuevamente, cuando “huimos” hacia delante.
Esto es parte de nuestras pequeñas historias, vivencias que no debemos olvidar, porque…
BORRAR EL PASADO, ES MORIR LENTAMENTE.
Rafael Candelario Repisa
Revista de Feria 1994
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