By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 10 de diciembre de 2014

El antiguo señorío del Almirante de Castilla

La Ricahembra “muy fijadalgo et en fermosura la más apuesta mujer que avía en el reyno...”
La vida de España en la época medieval y, mas tarde, en los albores de la moderna, antes de que los católicos Reyes D. Fernando y doña Isabel abatieran el poder de la nobleza, mas fuerte en algunas ocasiones que el del mismo Rey, presenta un sello particular que ese poder le imprime.
Es indudable que los grandes señoríos de la vieja nobleza española, sabre todo durante los postreros y alborotados días de la Edad Media, marcaron el tumbo a nuestra historia.
Solo por las huellas que a nuestros ojos se presentan, circunscrita nuestra mirada a Castilla, puede juzgarse cabalmente la importancia de aquellos señoríos, pequeños reinos, mas bien, dentro del reino, cuyos orígenes, en tantos casos, fueron sencillamente los amoríos del Rey, y los primeros señores, sus hijos habidos en bastardía, a veces en may crecido número.
La Corona era una; los infantazos, pocos, y los hijos ilegítimos, muchos. Reservada para la Legitimidad aquellas preeminencias. La herencia real desdoblándose muníficamente en prolijas mandas, una para cada bastardo, saliendo a relucir entonces en los bien pensados testamentos reales todos los señoríos de que podía disponer el Rey...
Citemos a este propósito—acaso no haya otro igual—el celebre testamento de Enrique II, el de Trastamara, mandando a sus trece hijos bastardas los principales señoríos de Castilla.
De aquí tomo raíz el de Medina de Rioseco, del que hoy quiero ocuparme.
La poesía y la novela, tomando base de un episodio histórico comprobado y cierto, prestaron su encanto y emoción al origen de la familia de los Enríquez, almirantes de Castilla, de quienes fue, pasta extinguirse, el señorío de Medina de Rioseco.
De una bellísima. Sevillana, muy fijadalgo et en fermosura la más apuesta mujer quaeavía en el reyno, doña Leonor de Guzmán, tuvo Alfonso XI, el del Salado, nueve hijos; dos, gemelos, nacidos en Sevilla; don Enrique y D. Fadrique; el primero, Rey castellano luego de matar, en Montiel a su hermano Pedro I, y el segundo, maestre de Santiago.
De este D. Fadrique, muerto a mazazos de orden del Rey en el palacio de Sevilla, arranca el tronco de los señores de Rioseco.
Prendado el maestre de Santiago de una judía de peregrina hermosura, mujer de un mayordomo suyo, judío converso, nació en Guadalcanal, en 1354, fruto de aquellos amores, un niño que se crió oculto, Como judío, hasta que, cumplidos los veinte años, fue bautizado y, dentro ya de la Iglesia Católica con el nombre de Alonso, reconocido por su tío carnal el Rey D. Enrique II, aceptando, en señal de gratitud al Monarca, el titulo de Enríquez, primero de linaje de este nombre.
Y de este hecho del nacimiento de don Alonso Enríquez, y luego de la aventura de su matrimonio, la poesía y la novela tejieron esta bella leyenda.
En edad de casarse D. Alonso Enríquez; puso sus ojos en doña Juana de Mendoza, de las más ilustres familias castellanas, hija de Pero González de Mendoza y doña Aldonza de Ayala, viuda entonces del adelantado mayor de León D. Diego Manrique de Lara, muerto en la batalla de Aljubarrota.
Por su belleza soberana, por su estirpe y por sus inmensas riquezas llamábase a doña Juana en Castilla la Ricahembra, y era fama que, muerto su marido en la pelea contra el portugués, no habría de contraer en la vida segundo matrimonio.
Este decir popular, comprobado por el sinnúmero de pretendientes desairados por la gran señora, encendió los deseos de D. Alonso, quien, con una carta de su primo Juan I; presentose ante doña Juana fingiéndose paje del Rey de Castilla.
¿Que le decía el Rey a la dama para inclinar su animo en favor del enmarado D. Alonso Enríquez, su primo? Casi era un mandato la carta, que cantaba, además, un himno, en loor de la Ricahembra a y de su blasonada casa, la de los Mendozas:
Si era valle desierto sus galas humillas,
A todos oculta, la rosa fragante,
quien es en virtudes blasón de Castilla
mí Corte en nobleza, sus glorias levante.
Y a más, recordando que al sumo imperante
los fuertes Mendozas sirvieron a ley,
esposa vos fago del noble Almirante,
del gran don Alfonso,.mi primo.

Yo, el Rey
Poéticamente, aunque incurriendo en el error de llamar almirante a D. Alonso sin serlo aun, glosan así la carta en su drama histórico La Ricahembra el glorioso Tamayo y el erudito D. Aureliano Fernández Guerra, quienes en escenas sucesivas relatan lo que ocurrió en el palacio de los Mendozas en la Rioja no en Guadalajara, como supone equivocadamente la tradición.
"Doña Juana de Mendoza (que no conocía de vista a D. Alonso, dice el jesuita escritor P. Pecha en su obra Vidas de los duques del Infantado, escrita en 1635, tomó y leyó la carta y dijo con enojo y cólera:
"Los matrimonios, señor, han de ser voluntarios han de violentar los Reyes en materias semejantes. Don Alonso es mozo; no me conviene casarme con el Don Alonso apretaba a doña Juana que mirase la calidad del novio, que era primo hermano del Rey, la voluntad del Monarca; las mercedes que podía esperar... E irritada doña Juana, exclamó: No quiero casarme con el hijo de una judía. Sentido del caso D. Alonso, levantó la mano, dio un bofetón a doña Juana y salidse de la estancia."

¿Quien era aquel atrevido paje? Sin saberlo doña Juana mándalo comparecer ante ella, y cuando temen toda la sentencia de la Ricahembra, que ha de cortar la vida al emisario, a los pies de la agraviada señora asombrarse ante la resolución de esta, expresada bellisimamente en estas estrofas del mismo drama:
Pero si a mis pies te postro
Y hago que tu sangre corra,
Con tu sangre no se horra
esta mancha de ml rustro
A ser tu esposa me allano;
mas nadie dirá, atrevido.
que quien no fue mi marido peso en ml rostro la mano...

Y D. Alonso Enríquez, declarado ya su propio nombre, fue desde ahora bendecida la unión por el abad de Santiago, llamado al instante por doña Juana, el esposo de la Ricahembra de Castilla.
De este matrimonio, que tuvo doce hijos (tres del primer parto) descienden las casas mas nobles de España y los príncipes mas esclarecidos de Europa. La nieta de don Alonso Enríquez y doña Juana de Mendoza, señores de Medina de Rioseco, fue la madre de Fernando el Catódico, esposo de la excelsa Reina Isabel...
Vinculado, en los Enríquez el almirantazgo de Castilla y el señorío de Medina de Rioseco, el quinto almirante D. Ferrando Enríquez agregó a sus títulos y honores el de duque de Medina de Rioseco, otorgado por Carlos V, títulos y honores perdidos; el de almirante, en el tiempo del décimo por orden del primer Borbón, y el ducado, por extinción de ambas Líneas, movido pleito, al fin de reversión de señorío de la ciudad a la Corona.
A lo largo de los siglos conserva hoy Medina de Rioseco muestras de su pretérita grandeza: sus inmensos templos, el de San Francisco, fundado por el segundo Fadrique Enríquez y sus joyas artísticas de imponderable valor.
Recorrer las calles de Medina de Rioseco y visitar sus monumentos es vivir un trozo de nuestra gloriosa vida del pasado.
La nobleza y el arte, entrelazados ostentan en Rioseco sus más preclaros nombres.

Francisco Mendizábal
Publicado en ABC el 30/03/1924

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