By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 31 de diciembre de 2014

El señor marqués de Guadalcanal 1

La muerte del Marqués de Guadalcanal

Don Fernando de Rivas y Luisita, su hija casadera (primera parte)

Los bandidos célebres. Una intriga aristocrática.-

La leyenda del marqués de Guadalcanal y su historia termina el día 6 de diciembre de 1817, a las doce de la noche, los vecinos de la calle de Regina en Sevilla, dónde se ubicaba la casa del marqués de Guadalcanal, habían despertado despavoridos por los disparos que habían retumbado secos y terribles en medio del silencio, asesinado por los disparos de un trabucazo. En este mismo lugar comienza la historia, y estuve allí observando detenidamente por si de repente aparecían los Siete Niños de Ecija.
En 1863 el novelista sevillano Manuel Fernández y González edita su obra en tres volúmenes “Los siete niños de Ecija”, curiosamente esta famosa partida de bandoleros ni eran de Ecija, ni sumaban siete, ni eran tan niños. Si bien Ecija fue uno de los lugares preferidos por ellos, Caros III había abierto el primer camino de Sierra Morena: el desfiladero de Despeñaperros, y establecido dos poblados en lo que se llamaba Desierto de la Parrilla (entre Córdoba y Ecija) y Desierto de La Moncloa (entre Ecija y Carmona), aún ofrecía la sierra seguro asilo y fácil campo de operaciones para el bandidaje. En sus asaltos y robos figuraron muchas veces siete, aunque entre cómplices y encubridores excedían de esa cifra. Y... ¿habremos de explicar ese apelativo cariñoso, de niño, que se da en Andalucía a tanta gente hecha y derecha?

Orígenes.-
Tuvieron un período principal de seis años (1812-1818) de lucha, y se formaron al desgaje de guerrilleros de la independencia, incapaces de una adaptación al pacifismo y a la vida tranquila del camino. El “Doctor Thebussen” descubre a Pablo Aroca como el primer capitán de la cuadrilla, no obstante se eleva por otros narradores el entronque de su ascendencia a 1808 con el primer chispazo do repulsa contra la invasión francesa.
Y así debió de ser, por cuanto la cuadrilla llamada de los Siete Niños de Ecija subsistió contra todo exterminio. Se sucedían unos a otros en escalonada jerarquía. Más que muerte, para ellos la extinción de uno era la vida de otros; resurgían de sus propios pedazos como el reptil partido en trozos. En 1817 eran novecientos los que pedían ingresar en las filas de la cuadrilla, teniendo agentes de alistamiento en Córdoba, Ecija, Osuna, Carmona, Sevilla y Jerez. En los tiempos de la guerra libertadora hicieron armas contra los franceses, y a la causa opresora de los invasores va cargada la muerte de los primeros Niños de Ecija. En 1812 los bandidos adoptaron el uniforme de la Remonta de Caballería de línea: sobrero con escarapela, franja y vuelta encamada en los bombachos, chaqueta de paño azul con vuelta encarnada, y en el cuello, solapilla de lo mismo, que abrochaba un botón dorado con la cifra fernandina; grandes mantas rayadas de muestra y a la cintura largas espadas dragonas con vaina de acero; ocultos bajo las mantas sus trabucos de bocacha de campana, y espuelas vaqueras. Se titulaban soldados del rey, y con tal condición pedían víveres, subsidios y asilo e imponían contribuciones. La leyenda de los Siete Niños de Ecija se fundamentó por toda la Tierra Baja, el desvalijamiento de un convoy en término de la Carlota, con la muerte de algunos miqueletes, les consolidó su fama desde Cádiz al Puerto de Despeñaperro. 

Pablo Aroca. Uno de los primeros capitanes de “Los niños de Ecija”
El “Doctor Thebussen” refiere, del que considera como primer capitán de la cuadrilla, la siguiente anécdota. Cierto molinero amigo de Pablo Aroca hallábase a punto de sufrir embargo por el Juzgado a causa de una deuda de cien onzas de oro. Pablo escribe a un padrino suyo, uno de los numerosos encubridores que tuvo, pidiéndole las cien onzas como préstamo. El solicitado entrega la cantidad y el bandido la hace llegar al molinero. A la mañana siguiente, cuando el Juzgado va al molino para proceder al embargo, se le entregan las cien onzas de oro, con extraordinario asombro de su señoría y de los alguacilillos. No ha lugar a la diligencia y el Juzgado se retira. Minutos después, en una encrucijada propicia, surgen los hombres de Pablo Aroca; apalean al juez y a los escribanos y les despojan cié las cien onzas, que son devueltas el mismo día al padrino del capitán.

Juan Palomo. El último capitán de los Siete Niños de Ecija.-
Diego Padilla, de nombre; Juan Palomo, de apodo. Blanco, rubio, buena figura, ojos azules, grandes patillas, boca de hacha enmarcan el rostro esbelto, que no expresa su ferocidad ingénita: esbelto, ágil, gallardo y fuerte; gran jinete, experto tirador de armas de fuego y jugador habilísimo con la navaja en la mano, “Era de la manera, de que se hacen los buenos generales”, ha dicho D. Manuel Fernández y González.
Usa, además del traje de oficial de la Remonta, sombrero de catite, de copa alta cónica; casaca y chupa con calzón corto; camisa bordada, con soberbio alfiler de brillantes, levita francesa de cuello altísimo, pantalón largo y chaleco con su correspondiente reloj de oro, cuando se presenta como un caballero, y redecilla, chaqueta agabanada, calzón corto y capa torera o de lamparilla, cuando pasa por gente del pueblo. A sus órdenes están alistados el teniente Tragabuches y Moscardón, el Ciervo, Colambre, Calandria y Engrudo.

Aventura inicial.-
La Iglesia es rica, y que sufra un robo no la merma sus caudales. De Madrid viene en el doble fondo de una galera una custodia que se pidió por un canónigo de la colegiata de Osuna para la parroquia de cierto pueblo. En El Viso los Niños de Ecija han robado la galera, y uno de ellos se presenta en casa del canónigo a entregar el encargo. Lo cobran “una letra de diez mil duros sobre una Casa de Banca de Madrid, que los agentes de los bandidos realizan inmediatamente” y pida alojamiento en la casa hasta el día siguiente. La hospitalidad del canónigo se ve pagada con la hazaña de robarle nuevamente la custodia y matarle. 

Una intriga aristocrática.-
Cuando los moradores de algún pueblo quieren trasladarse a otro esperan a reunirse en caravana para hacer frente a cualquier contingencia en el camino; si los viajeros son adinerados pueden permitirse el lujo de tomar a su servicio un mercenario destacamento, reclutado entre los hombres más valientes del pueblo, que les acompañe y defienda en su ruta. Estamos a 15 de noviembre de 1816, El señor marqués del Guadalcanal se dirige desde Ecija a Sevilla, por el camino de Alcalá de Guadaira. Les acompaña su hija Luisa, víctima propiciatoria que sería a poco inmolada en el sacrificio de unos esponsales que la repugnan.
Don Fernando de Rivas, marqués de Guadalcanal, a pesar de sus sesenta y cinco años, se conserva fuerte y vigoroso. No obstante, para viaje tan arriesgado, y llevando con él preseas y alhajas que han de dorar el matrimonio de su hija, ha decidido acompañarse de alguna escolta.
A los dos criados que hacen de guía y postillón se han sumado siete valientes ecijanos, reclutados entre la flor de la valentía. La caminata se hace en jornadas; han llegado a Carmona y se preparan a descansar.
Y en tanto los aristócratas viajeros esperan el cambio de tiro y reponen sus fuerzas con algún alimento, los siete de la escolta, que son los propios Niños de Ecija, se dedican a desvalijar los baúles del equipaje, huyendo a poco de consumado el robo.
Pero los miqueletes no descansan. Al frente de una sección viene el capitán D. Juan de Velázquez, que pone en fuga a los bandidos, recibiendo honrosamente una herida de consideración en la refriega. El marqués de Guadalcanal ha ordenado se atienda cumplidamente a la curación del señor capitán. Luisa, la hija del marqués, cuida atentamente al herido.
Cuando éste se halla en condiciones de ser trasladado, el coche vuelve a Ecija, y en el palacio del marqués se acoge hospitalariamente al herido. La curación ha sido completa; pero si el militar curó en breve, ábresele ahora una más honda herida en el corazón, con el agradecimiento a los desvelos de Luisa No se ha mostrado la marquesita esquiva a tales demostraciones, pero el marqués, al enterarse, se ha opuesto a la prolongación de tales amores.

Publicado por A. Suárez Guillen
Heraldo de Madrid, 28 de mayo 1930

1 comentario:

  1. No fue muy original el escritor Manuel Fernández y González (1821-1863) en insertar en la novela "Los siete niños de Écija" (que fue publicada en 1863) la pareja formada por los Marqueses de Guadalcanal, ya que 14 años antes la novelista Cecilia Böhl de Faber y Larrea (1796-1749, más conocida por su seudónimo Fernán Caballero) ya hace aparecer en su famosa novela "La Gaviota" a una Marquesa de Guadalcanal, en un sarao que se celebraba en casa de una familia bien de Sevilla.

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