By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 19 de noviembre de 2016

Guadalcanal en el ecuador de la edad Moderna 2

Partido Llerena Siglo XVII
Economía y sociedad de Guadalcanal en el XVII (segunda parte)

El siglo XII comienza con el único contagio de peste que sufrió el partido de Lerena en esta centuria, la gran peste de 1596-1602. Su presencia en tierras extremeñas está confirmada por los testimonies aportados por varios historiadores.
En la provincia de Cáceres se vieron afectadas entre 1598 y 1600 diversas poblaciones como Plasencia, Acebo y Torre de Don Miguel en la zona de la Sierra de Gata o Garrobillas y Alcántara en el sur.
Igualmente, algunos pueblos de la actual provincia de Badajoz, como Talavera la Real y Hornachos, padecieron en 1600 los estragos de la peste, habiendo sufrido poco antes, en el verano de 1599, el azote la propia capital, aunque de forma muy breve.
El contagio llegó más tarde al partido de Llerena propagándose desde Andalucía. La extensión del contagio debió ser reducida. Só1o hemos encontrado noticias de la presencia de la peste en Azuaga y Guadalcanal,, aunque es probable que afectara también a otras localidades. En Azuaga la enfermedad aparece a finales de 1601 o principios de 1602. El 15 de enero de este año, en un clima de temor generalizado por el avance del contagio que afecta ya a poblaciones próximas como del Pedroso y Cazalla de la Sierra, el Cabildo recibe la noticia de los dos primeros muertos a causa de la peste en Azuaga; pero probablemente el contagio se habría declarado algunos días antes, según parece indicarse uno de los acuerdos tornados en aquella fecha:
"... que se digan en la iglesia mayor desta dicha villa nueve misas cantadas a nuestra Señora para que sea servida de rogar a su hijos precioso se sirva de miramos con ajos de piedad y alexar desta villa la enfermedad que en ella avia, y que ansimymo en el convento de la Merced desta villa se digan otras nueve misas cantadas al señor San Sebastián y San Roque...".
Simultáneamente, la peste castiga a Guadalcanal  y a otras villas cercanas del norte de la provincia de Sevilla, según manifestaba a principios de abril el Cabildo de Azuaga:
"... y ansi Juntos en su cabildo dixeron que por quanta se a tenido nueva que en las villas de Guadalcanal, Alanis y Caçalla se mueren de mal de contagioso, acordaron y mandaron se guarde esta villa dellas y que se pregone ninguna persona ttrate ni comunique con jente de las dichas villas, y así lo mandaron”.
Después del ciclo de inciertos datos, ya en 1622, la natalidad experimenta una tímida y corta recuperación fácilmente observable en la curva de la media móvil, que finaliza en 1628. Este tramo de natalidad creciente, accidentado por el mínimo secundario de 1626, es un claro reflejo del comportamiento de la nupcialidad, que entre 1619 y 1627 configura un claro de signo positivo expresado por una tendencia con una pendiente de 1. Asimismo, el comportamiento de la mortalidad en la parroquia de Santiago de Llerena (el índice medio entre 1622 y 1628) concuerda con la evolución favorable de las otras dos variables demográficas; sin embargo, no sucede lo mismo con la mortalidad en Puebla de Sancho Pérez.
La desaparición durante algunos años de los factores adversos explica esta fase ascendente de la natalidad. Los escasos datos disponibles sobre producción y precios de productos básicos apuntan que había una mejora de la coyuntura agrícola. En Llerena, los precios de los granos permanecieron entre 1624 y 1628 por debajo de la tasa. En 1628, Azuaga y Guadalcanal recogen las mejores cosechas de los años cuya producción conocemos. En definitiva, una buena situación económica frena la mortalidad, estimula los enlaces matrimoniales y anima a las familias a tener una mayor actividad procreadora.
Condiciones Económicas, basadas en la agricultura, ganadería y la decadencia y la producción de las minas de plata de Guadalcanal.-
La economía del partido de Lerena en el siglo XVII es, como casi en toda España esencialmente agraria. La agricultura y la ganadería son en todas las poblaciones estudiadas las actividades dominantes, tanto por el valor de la producción como por el porcentaje de población activa empleada en ellas. La agricultura, casi exclusivamente de secano, descansa sobre los cultivos de cereales, especialmente trigo y cebada, a los que se dedica la mayor parte del terrazgo, en tanto que la ganadería, cuya Importancia real era inferior a la que podíamos suponer, se basa de forma preponderante en la explotación del ganado ovino, que en buena parte procedía de fuera.
La artesanía y el comercito eran sectores muy reducidos. Sí se exceptúa la capital, Llerena, donde se registra una actividad artesanal y mercantil superior a la normal de la zona en el resto del partido las actividades secundarias y terciarias, ejercidas por muy pocas personas, se limitaban al mínimo imprescindible: la producción de algunos artículos básicos para satisfacer la demanda local (cueros, zapatos, aperos agrícolas, ciertos géneros alimenticios, etc.), la construcción y el pequeño comercio de productos agrarios y textiles. La minería, que en la segunda mitad del siglo anterior había tenido una notable importancia gracias sobre todo al fulgurante, aunque efímero, desarrollo de las minas de plata de Guadalcanal, es en el siglo XVII un sector completamente abandonado que no da ocupación más que a tres o cuatro viejos ilusos buscadores de plata. Por estas razones, las transacciones en esta época se reducen prácticamente a la actividad de la agricultura y la ganadería.
Según los datos proporcionados por el Catastro de Ensenada, la superficie de los términos de los diecisiete municipios del partido de Llerena era de 330.901 fanegas de tierra en sembradura, de las que 137.882 correspondían a dehesas, baldíos y ejidos. Sí a esta cantidad  le restamos unas 10.000 fanegas, en que hemos calculado de forma aproximada la superflde de las dehesas de la Orden de Santiago, resultaría que unas 127.000 fanegas de tierra serian de propiedad municipal, lo que representa un poco más del 38% de la supérele total.
Este porcentaje varia considerablemente de unos municipios a otros, en el caso de término municipal de Guadalcanal sobre un total de 27510 fanegas de tierra en sembradura, 13.122 eran tierras municipales, por ello, el porcentaje se acercaba al 48 %.
Propiedad municipal.-La importancia  económica y social de las guerras comunales era sin duda extraordinaria para las comunidades vecinales y sus ayuntamientos. Aunque de forma insuficiente, la existencia de extensas fincas municipales contribuía a paliar el problema generado por el desigual reparto de la propiedad, facilitando que en algunos casos, los campesinos sin tierra o con propiedad insuficiente pudieran encontrar un recurso complementario en las tierras comunales para no vivir en la indigencia.
Los montes, especialmente, conseguían un pequeño seguro para la mayoría de las economías familiares, que pueden aprovecharlos con algunas, pocas, cabezas de ganado, principalmente de cerda, además de obtener leña y algo de caza, lo que les garantizaba un nivel de subsistencia. Sin embargo, los humildes no fueron los principales beneficiados de los bienes comunales. En el siglo XVII, las mejores tierras municipales, las dehesas, estaban generalmente sustraídas al aprovechamiento común, pues las crecientes necesidades financieras de los ayuntamientos, causadas sobre todo por el incremento de la presión fiscal, determinaron que estos procedieran a arrendarlas a particulares mediante el sistema de pública subasta.
Hay casos excepcionales  de un bajo número de personas, que participan en las operaciones de arrendamiento y ofrecen fianzas en tierras, cuya superficie supera casi siempre las 200 fanegas de sembradura. El caso más llamativo que conocemos es el de Don Pedro Iriarte Ponce de León, vecino y regidor perpetuo de Guadalcanal, que en 1690 aseguró el arrendamiento de la encomienda de esta villa poniendo como fianza, entre otros bienes, 1.500 fanegas de tierra, tres heredades de viña y un olivar.
Este anterior caso, repetimos es una  excepción, puesto que las mas pequeñas no pasan de la media aranzada y la más grande se aproxima a las 200 aranzadas, pero esta última es un caso excepcional, en cuya compraventa interviene en 1691 como vendedora una rica viuda de Guadalcanal, Doña Lorenza Jiménez, y como comprador un hacendado clérigo de Zafra, Don Mateo Guerrero y Tovar.
El problema se acentuó en la segunda mitad del siglo, a partir del momento en que se disparan los gastos por la guerra de Portugal, y paralelamente el endeudamiento de los municipios, que se  vieron obligados a hipotecar sus propios en censos al quitar, que originaban nuevas deudas. Al finalizar el siglo, la situación financiera de los principales ayuntamientos era extraordinariamente grave.
Llerena tenía sus propios hipotecados por el Convento de Monjas de la Concepción de Guadalcanal, al que debía pagar por un censo 9.270 reales anuales, y otros censualistas a los que adeudaba los réditos de diferentes años.
Con el objetivo de sanear la hacienda municipal, una Real Cedula del 2 de diciembre del 1693 autorizaba al Cabildo de Llerena a empeñar la dehesa del Encinal, la más preciada de todas sus dehesas, a la obra pía fundada por el capitán Diego Demandes, que ofreció por ella 552.795 reales de vellón.
Por las mismas fechas, el estado de las finanzas del Ayuntamiento de Azuaga era tan difícil que sus propios estaban administrados por la Real Cancillería de Granada. Igualmente, otros municipios como Bienvenida, Guadalcanal y Los Santos de Maimona) sufrieron grandes apuros.
Las dehesas en el siglo XVII eran muy numerosas en el partido de Llerena y casi en su totalidad eran propiedad de la Orden y de los municipios. De las dehesas de la Orden, unas pertenecían a la mesa maestral y otras a las encomiendas,  la mesa maestral tenía en Extremadura 23 dehesas.
De estas veintitrés dehesas, únicamente dos estaban en el partido de Llerena, las de Redrojo e Higuera, cuya superficie se puede estimar en unas 3.300 fanegas de sembradura.
En la misma época las dehesas pertenecientes a las encomiendas y conventos de la Orden eran veinte, numero notablemente inferior al de comienzos del siglo XVI como consecuencia de la política de enajenaciones realizada por Carlos I y Felipe II.
En la época, la Encomienda de Guadalcanal de la Orden de Santiago sólo tenía la dehesa del Palacio en término de Reina.
Las dehesas concejiles constituían en el partido de Llerena un conjunto mucho más importante tanto por su número como por su superficie. Todos los municipios tenían varias dehesas y baldíos adehesados, censo elaborado fundamentalmente con los datos del Catastro de Ensenada, ya que confrontados con los de otras fuentes anteriores en algunos casos, no se observa cambio alguno en el número ni en el nombre de las dehesas, el término de Guadalcanal en Concejo poseía ocho dehesas: Encinar, la Vega, Postigo, Esteban Yáñez, La Zarza, Santa María, Pasenzuela y Monforte.
En total Guadalcanal poseía nueve dehesas, la  Dehesa del Palacio, propia  de la encomienda de Guadalcanal, en el término de Reina, los valores de sus arrendamientos fueron 140.000 maravedís en 1604, 120.700 en 1645 y 112.000 durante los años 1655-1657. 

Tesis presentada en 2014 por Juan R. González Uceda sobre Guadalcanal en el siglo XVII
Fuentes.- Historia rural de la baja Extremadura (Crisis, decadencia y presión  fiscal el siglo XVII),  La hacienda del antiguo régimen, Desarrollo y crisis en el antiguo régimen, Demográfica histórica de España y Hemerotecas  

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