CUERNOS EN LA BARBERÍA
Yerra el lector si supone, por el titulo de estas líneas, que el asunto se refiere a una infidelidad conyugal consumada en una peluquería, que en Guadalcanal, donde ocurrió la historia, se denomina en el vocablo cervantino cuando se trata del establecimiento de caballeros.
Los hechos ocurrieron una tarde de verano de 1950. Fueron protagonizados por ese singular y entrañable guadalcanalense llamado Manuel Escote y por un viajante, cuyo nombre ni conocemos ni hace al caso.
Baste saber que era sevillano, chaparrito y vacilón. El escenario fue la barbería de Manolo, sita en la impar plaza de España, de Guadalcanal, frente a la estatua de A. López de Ayala, aquel que temía “más al olvido que a la muerte”. Serían las primeras horas de la tarde, en las que la tranquilidad de la plaza, mientras los naranjos agrios aguantaban impávidos la canícula, era absoluta.
La barbería, como la tenía puesta Manolo, se diferenciaba poco de las de otros pueblos de Andalucía. El detalle distintivo era una hermosa cornamenta de ciervo que había en la pared que quedaba a la derecha de la puerta, y que cumplía la utilitaria misión de perchero. Se trataba de las astas de una pieza no cobrada por Manolo, sino de un regalo que le había hecho uno de sus hermanos, aficionado a la caza mayor, ya que nuestro protagonista, empedernido cazador, lo era de las especies pequeñas que abundaban por nuestro término.
Aquella tarde, Manolo, después de haberse levantado de la siesta, abrir la barbería y haber leído el ABC, daba cuenta del crucigrama de Cova con la facilidad acostumbrada. De pronto, La cortina dejó entrar la luz de la plaza y una voz netamente sevillana irrumpió el la estancia:
Ø Buenas tardes, maestro. Aquí vengo, a ver si me hace usted un buen arreglo.
Manolo, al mismo tiempo que se levantaba del sillón giratorio en que se encontraba, contestó:Ø Buenas tenga Usted. Veremos lo que podemos hacer.
El cliente se acomodó en el sillón del que Manolo acababa de levantarse. Manolo le aplicó el paño blanco, y tras ajustar el respaldo a la altura del cogote, empezó su faena, extendiendo jabón con la brocha sobre el rostro con la brocha sobre el rostro de su desconocido cliente. Este, que ya había reparado en los hermosos cuernos que adornaban la pared de enfrente, no pudo reprimirse las ganas de vacilar a Manolo, y con la entonación ambigua que el caso requería, pausadamente dijo:
Ø Maestro, digo yo que buenos cuernos tiene usted… aquí.Ø Mire usted que casualidad, -respondió Manolo sin inmutarse, mientras continuaba su cometido-, precisamente son del último viajante que pasó por aquí, que se los dejó olvidados.
El Viajante tras la sorpresa de la respuesta, encajó el golpe con deportividad. En Sevilla, en más de una ocasión, tomando unas copas con amigos de su gremio, decía que había algunos, como el barbero de Guadalcanal, que no se cortaba un pelo.
Pepe Shopson
Publicado en la revista de Guadalcanal 1991
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