By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 29 de abril de 2015

!Tiene grasia er niño der babi!

Tiene la culpa... Aquella Semana Santa

Un buen amigo me pregunta con curiosidad que le agradezco:
<>¿Cómo te lanzaste tú a escribir?
¿Cómo? Pues tiene la culpa… aquella Semana Santa.
La del fatídico año 1914. Acababa yo de heredar unos olivares en Guadalcanal y un cortijo en la ex ladrona sierra Morena. Los renteros invitaron al flamante propietario para que se diese una vueltesita por sus fincas. ¡Con los deseos que yo tenía - después de ocho años de internado en un colegio y prisionero los sucesivos de academias - de echarme a rodar por el mundo!.
Decidí aceptar la invitación. Iba a conocer, al fin, las famosas procesiones de Sevilla. Andalucismo – andaluces todos mis mayores – habían respirado los veinte años de mi existencia.
Era yo el único en mi casa que pronunciaba bien las “ces”. Y Sevilla - para los míos, unos de Écija y otros de Osuna – era palabra mágica compuesta de muchachas de ojos agarenos, cielo azul, ambiente tibio, azahares, patios entoldados, la Giralda, la Torre del Oro, el Guadalquivir, Santa Cruz y Triana, la calle Sierpes, morena y perfumada con donaires, claveles sentados al pie de peinetas de filigrana e incienso en estos días, en los que yo iba a vivir de cerca toda la gracia fina y todo el encanto que en ella habían puesto mi madre, mi tía, y mi abuela…, que al hablar de los idilios en la rejas aún suspiraban por su Sevilla del alma.
El hijo, sobrino y nieto de las que hacía cuarenta años que no veían a su adorada Sevilla adquirió una maleta, un guardapolvos y un hongo, y salió de Madrid para sus “posesiones” un Viernes de Dolores, con objeto de visitar Sevilla en plena Semana Santa.
En Guadalcanal contemplé mis olivares. Mientras corría el tren yo había soñado en una extensión como la de los montes de El Pardo, totalmente cubierta de arbolado. ¡Mis olivares! El rentero, en un llanito como el que rodea a la estatua de Colón, me dijo señalando una docena de arbolitos:
<>Esos son sus olivares señorito.
<> ¿Todos? – le pregunté entre zumbón y amoscado.
<>¡Tiene grasia er niño der babi! – exclamó mi rentero mirando, socarrón, mi guardapolvo y mi honguito - ¿Pues de quién va a ser, sino de osté?
A la mañana siguiente, jinete con mi babi y mi hongo en un caballejo, emprendí la marcha hacia el cortijo, cuatro horas a través de Sierra Morena. “¿Dónde estará mi cortijo?”, pensaba yo en tanto la caballería bajaba extensamente extensos pizarrales o subía estrecha senda al filo de tajante precipicio.El guía exclamó al fin:
<> ¿Ve zeñorito aquella casa parda? Pues aquel es el cortijo de los Álamos.
Yo había oído hablar a mis familiares de los cortijos enjabelgados, blancos como palomas en medio de los campos, y alegres, rientes…; pero, ¡si, si! Mi cortijo era pardo, desteñido, sucio.
<> No, no entre osté, señorito – advirtió una vieja mujer, del rentero – las paredes están enchinchadas. ¿No ve osté que esto no puede usarse más que para guardá serdos? A Malcosinao, que es el pueblo más cerca, se tardan dos horas… Esto no es para osté señorito. Me se ha sentao a mí er cuadrí que el cortijo nos lo debía osté vendé…
El Miércoles Santo entré en Sevilla, lloviendo y con un frío que los sevillanos no recordaban haber sentido nunca.
El desfile de las Cofradías resultó deslucidísimo. Las saetas salían de los porches de la plaza de San Francisco. Ni mujeres, ni flores ni cielo azul…, y, si hubo cielo azul, flores y mujeres , el pobre heredero defraudado no los vió!.
Regresé a Madrid y escribí a los renteros, que aceptaron la compra de los olivaritos y del cortijo.
En cuanto me gasté los cuartos que me dieron, comencé a escribir… hasta hoy. He aquí por qué molesto a ustedes con tanta frecuencia. Tiene la culpa… aquella Semana Santa. La del fatídico año de 1914.
 
Rafael Ortega Lissón
Blanco y Negro, 20 Noviembre 1932 

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